Si presta atención mientras pasea por las calles de Londres, es probable que vea innumerables ventanas tapiadas, en blanco, que le devuelven la mirada desde casas adosadas georgianas y victorianas. Estas ventanas selladas son reliquias de una de las iniciativas fiscales más notorias de Gran Bretaña, que ponía precio a la luz del sol. Así pues, abramos la ventana y arrojemos luz sobre el Impuesto de Ventanas, que se ha convertido en una de las peculiaridades arquitectónicas más peculiares de la capital , sobre todo para quienes lo desconocen por completo.
El gobierno del rey Guillermo III introdujo el impuesto de ventanas en 1696. Se concibió como una forma indirecta de gravar la riqueza, ya que las casas con más ventanas eran presumiblemente más grandes y, por tanto, propiedad de gente más rica.
Cuantas más ventanas tuvieras, más pagarías. Así de sencillo, ¿verdad? Pues no del todo. Este impuesto se convirtió en una iniciativa de ámbito nacional y, aunque en general funcionaba para las comunidades más pobres, la clase trabajadora de la época vivía normalmente en grandes edificios de vecindad. Estos edificios se dividían en diferentes pisos o apartamentos, pero seguían considerándose una sola vivienda en virtud de este nuevo impuesto.
Sin embargo, los propietarios y caseros no tardaron en encontrar un resquicio legal: si se gravaban las ventanas, simplemente se deshacían de ellas. Por todo Londres se tapiaron hileras de ventanas, dejando las casas más oscuras, más sucias y menos ventiladas, y lo que empezó como un engaño fiscal pronto se convirtió en la norma.
El impuesto evolucionaría con el paso de los años. Lo que empezó como un sistema escalonado -las casas con diez o más ventanas se enfrentaban a tasas más altas- fue cambiando y manipulándose. En el siglo XVIII, el umbral impositivo se había reducido a sólo seis ventanas, y el tipo impositivo era cada vez más alto. Nota curiosa: se dice que de ahí viene el término «atraco a plena luz del día».
Como era de esperar, los propietarios de viviendas de alquiler se apresuraron a tapar las ventanas para ahorrar más dinero, dejando a los inquilinos en condiciones más sombrías. Se convirtió en tal problema que causó graves problemas de salud a muchos. La falta de aire fresco y luz natural lo convertía en la condición perfecta para enfermedades como la tuberculosis, y la gente estaba más expuesta a epidemias de tifus, viruela y cólera.
A pesar de todo ello y de las crecientes críticas, el impuesto se mantuvo en vigor durante más de 150 años antes de ser finalmente derogado en 1851. Para entonces, el daño ya estaba hecho y miles de edificios londinenses lucían las cicatrices de las ventanas tapiadas.
Hoy en día, sirven como recordatorio de uno de los impuestos más notorios de la historia británica. Así que la próxima vez que vea uno, tómese un momento para apreciar cómo un impuesto centenario puede seguir dando forma a la ciudad que vivimos y respiramos a diario.